Si quieres vivir una vida feliz átala a una meta, no a una persona o a un objeto.-Albert Einstein-
Es una imagen curiosa ver como varios veleros, con el mismo viento, se mueven en distintas direcciones. El truco está en determinar el uso más eficiente del viento y, una vez fijada la dirección, sujetar el timón para seguir el rumbo. Sin timón, el barco poco más puede hacer que dejarse ir a la deriva.
Lo que es cierto de los barcos a vela se cumple igualmente para las personas. Es mucho lo que podemos hacer para propiciar una vida útil: cultivar una personalidad encantadora, recibir una cuidada educación, alcanzar la excelencia profesional…; es como reorientar las velas, pero si carecemos de timón que mantenga el rumbo, es posible que no lleguemos a nada en la vida.
Es imprescindible una meta, una finalidad, un ideal que nos oriente permanentemente en la dirección que hemos elegido.
Es probable que tengamos que tantear muchas cosas antes de encontrar la dirección que realmente queremos seguir. Es perfectamente natural esta búsqueda y, de hecho, a menudo progresamos, poco a poco, hacia el ámbito que mejor se adapta a nuestras características, intereses y capacidades.
Cada vez que nos fijamos una meta y la alcanzamos, aprendemos muchas cosas nuevas sobre lo que conlleva tomar las riendas de nuestra vida. No ocurre así con otras personas que parecen trabajar duramente a lo largo de sus vidas obteniendo una mínima satisfacción personal, porque se entregan a pensamientos sin objetivos, y actividades inútiles, en vez de perseverar en la dirección marcada de antemano.
Estas personas son algo así como un barco sin timón que se deja llevar impotente por el viento de cada momento, desaprovechan su valiosa energía mental, se sienten ineficaces y, a menudo, viven en un crónico estado de infelicidad.
Las metas elevadas y los propósitos claros actúan, normalmente, como timón del ilimitado potencial que tenemos, nos ayudan a avanzar en direcciones que nos facilitan cimentar nuestra reputación y utilidad. Esto nos genera plenitud, porque en la proporción en la que la eficiencia y la productividad aumentan, en esa misma proporción, el sentimiento de incompetencia, de estar yendo a la deriva, decrece.
A base de constancia, nos podemos familiarizar con el éxito (dar sentido a nuestra vida), si estamos dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad que se nos presente, definir nuestra meta y mantener, sin distracciones, el rumbo.
Lo otro, lo de estar mariposeando según las circunstancias o estados de ánimo, no lleva a ningún sitio, es conducir nuestras vidas como barco sin timón.