Cuentan que, durante muchos años, un agricultor experto en vida y labores, se cansó de una roca que tenía en medio de uno de sus campos, y decidió deshacerse de ella. Cuando se puso manos a la obra, descubrió que, aunque la roca era grande, no era profunda y que podía desprenderla con un esfuerzo mínimo y trasladarla a una escombrera.
¡Y pensar que le había estado obsesionando durante años! Entonces sacó una conclusión: ¡Cuántos viejos pensamientos o emociones se aferraban a su mente como aquella roca en medio del campo! Y decidió hacer limpieza.
Cada vez que se desasía de un antiguo motivo de queja, sentía que su espíritu se aligeraba, su mente se esclarecía y su corazón se llenaba de alegría.
Hay veces que optamos por aferrarnos a pensamientos viejos y dolorosos como si fueran tesoros, cuando en realidad son pesadas rocas estériles generadas por reacciones negativas a ciertos acontecimientos diarios.
Cuando llegan estas situaciones apliquemos la lógica: el ayer ya no existe, no importa lo que pasó, no es posible retroceder. Y quizás el mañana nunca llegue. De ahí que el presente es lo único que tenemos y, por tanto, lo verdaderamente importante.
Una mente ocupada por pensamientos positivos florece como un bello jardín, libre de las malas hierbas de la negatividad. De cada uno depende que su mente piense en un bello jardín o en una parcela cubierta de maleza. Podemos optar por pasar por alto y perdonar las deficiencias de los demás, o bien llevar cuenta mental de todas las cosas desagradables que otras personas nos han dicho o hecho.
Una de las formas más potentes de llevar a cabo esta transformación en luz, es a través del proceso del perdón. Lo refleja muy bien una pegatina que vi en la luneta trasera de un coche: La desgracia es opcional.
Y así, construyendo positivamente el presente, nos libraremos del penoso lastre pasado, porque cuando el futuro esperanzado es nuestra meta, el ayer ya no existe.